Los portugueses…

Los portugueses ya no son lo que eran. ¿O somos nosotros quienes hemos cambiado?

Hace años que mi nene y yo vamos haciendo una publicidad tremenda para los chicos portugueses: que son guapísimos por allí, que son amantes fabulosos por allá… Mi nene, sobre todo, es un muy activo defensor de las numerosas virtudes lusas. Como lo comenta muy a menudo: hasta que me encontrara, casi todos sus novios eran portugueses (como lo habréis adivinado, tenemos una comunidad portuguesa bastante amplia aquí en Francia), y siempre le habían caído fenomenal.

Yo participo en esta empresa de marketing principalmente por solidaridad con mi nene, porque la verdad, de portugués sólo conozco a dos (en el sentido bíblico), un (buen) recuerdo (y de tamaño impresionante) de nuestro primer viaje a Madrid, y uno (pero apenas si probamos bocado con este) recuerdo de nuestro primer viaje a Lisboa. No lo bastante como para generalizar mucho.

El sábado tomamos el aperitivo con Lalo en Le Carré, que es un bar un poco fash de mariconlandia, con estilismo un poco barcelonés, música demasiado fuerte, y una edad media sorprendentemente baja (¿realmente tienen una sexualidad a esta edad?). Aperitivo es mucho decir porque mi nene y yo estamos en fase “sin alcohol” estas dos semanas, para preparar nuestros hígados al choque alcohólico de las vacaciones (¡hoy es día D-5!). Acompañamos con austeras coca-colas light los ágapes cerveceros de Lalo, su marido, el Maya (un amigo mexicano de Lalo), su propio marido, y un chico joven, para el cual todavía sigo sin poder establecer de manera muy segura ningún vínculo con cualquiera de los demás presentes.

Mi nene se sentó al lado de este chico y yo en frente. Pero al rato Lalo me susurró cosas como “No esta nada mal, este…”, etc. haciendo muchos movimientos de cabeza (no muy discretos) para enseñarme el desconocido. Como este había empezado a hablar con mi amor, cambié de asiento para acercarme. La verdad es que el chico no estaba nada mal, pero no podía oír muy bien la conversación con mi nene por el nivel de la música ambiente. Sin embargo Lalo me hacía varias señales como que la cosa va muy bien y me quedé un poco sorprendido, porque mi nene no es un chico fácil, así que me acerqué aún más para tomar parte en la conversación.

Pues resulta que no, la cosa no iba muy bien. Me di cuenta bien rápido que el chico sí que estaba intentando ligar a saco. Pero además de ser “muy mujerzzzzz” (como dice Lalo) supongo que se había puesto nervioso y había escogido una estrategia de ligue fatal: ser arrogante, cortarnos en cada frase para decirnos que no, que él sabía mejor, etc. Hijo de padres portugueses, nos llevó la contra sobre todo lo que le contamos de nuestros dos viajes a Lisboa. No es que queramos tener razón en toda ocasión, pero consiguió hacerlo de una manera francamente ofensiva. Por supuesto, con cada minuto nos poníamos más fríos y desinteresados, y él más nervioso y entonces más mujer y más arrogante.

Al final dejé de hablar con él, y Lalo me comentó que no éramos divertidos cuando no bebíamos. Bah… lo siento Lalo pero no podíamos con el chico. Nop.

Cuando Lalo se fue, nos fuimos también, dejando al chico portugués con el Maya y su marido. Nos echó miradas desesperadas que nos hicieron culpabilizar un pelín, mientras salíamos del bar, pero joder, ¡no íbamos a follar con él sólo porque nos hacía una mirada de perro maltratado!

Esta aventura me hace pensar en un mail-tontería que circula de vez en cuando en la red. Se intitula “Cómo saber que ya no eres joven”, y entre docenas de frases más o menos divertidas, hay una que dice “Para un hombre, sabes que ya no eres joven cuando puedes decir que no y no arrepentirte después”. Pues eso. Ya no somos jóvenes.