jueves, enero 10, 2008

Salir del armario

Esta mañana, tomando el café salvador y despertador al llegar a la oficina, he leído en el blog de Tony que aprovechó la estancia navideña en la casa de sus padres para salir del armario con su madre.

Primero: ¡enhorabuena, Tony! Así me gustas, valiente y honesto. De toda manera, encuentro la valencia muy morbosa y la disimulación repelente.

Segundo: ¿y tu padre?

Total. Esto mi hizo pensar en mi propia salida del armario, o digamos en mis varias salidas.

La primera vez fue cuando tenía 20 años, con un compañero en la universidad, un alemán en Erasmus, que molaba mogollón y que al cabo de varios meses de intentar amontonar valor, invité a casa para cenar una noche, nosotros dos solos. No recuerdo todos los detalles pero sé que muy entrado en la noche, y después de muchas copas de vino, le hice una alusión medianamente clara a que me gustaba mucho, y me contestó algo que en aquel momento interpreté como una negativa muy educada y alusiva como había sido mi proposición. Pero con la perspectiva de los años, y sabiendo lo poco sutil que puedo ser, me digo que es muy probable que el chico no haya entendido nada a mi “alusión”, y que su respuesta no tenía nada que ver con lo que pensaba que era.

La siguiente vez fue unos meses después, con mi mejor amigo. Pasamos la nochevieja juntos, mirando los fuegos artificiales en La Défense, y luego volviendo a casa (en la otra punta de París) andando muy tarde en la noche, y finalmente alrededor de una botella de güisqui que acabamos juntos. Nos dejó mucho tiempo para charlar, y contar todas nuestras ansiedades e inquietudes el uno al otro, y con la dosis de alcohol que me tomé, pues lo solté así sin más. Su reacción (un poco lenta por el alcohol también) fue de preguntarme si duele cuando te dan, y después de la presentación técnica, preguntarme cómo el ser gay iba a afectar mi vida, qué iba a hacer, estas cosas. Pero en este momento no tenía ni puta idea, entonces no supe contestarle.

Unos meses más después, y con el respaldo de este amigo, decidí salir del armario con todo mi grupo de amigos de la universidad. Y como me parecía una ocasión bastante solemne, monté una fiesta en casa (mis padres se habían ido el fin de) diciéndoles que “tenía algo que contarles”. Por supuesto llegaron todos muy curiosos y excitados, y desde el primer momento jugaron a adivinar qué podía ser la noticia. Hasta que un poco más tarde, mientras estábamos algunos en la cocina preparando no sé qué, uno me dijo: “¡Ya sé, eres maricón!”, y contesté: “Sí.”, y él: “Vale, pásame la sal, por favor.” Y punto. Me quedé decepcionadísimo. No sé a qué me esperaba, tal vez como era algo tan importante para mí, y que me daba tanto miedo decírselo, el anuncio se merecía algún tipo de acto divino, el parto de las aguas en el fregadero, o trompetas celestes, o algo así. Pero no, nada. Cuando toda la comida estuvo lista, y que me veían un poco apagado (pensativo más bien), me dijeron todos que bueno, que era gay, que no era un problema, que si tenía novio (¡no! si apenas me había acostado 3 veces hasta este momento…) y basta. Me emborraché con ellos, y me quedé muy contento de tenerlos como amigos.

Y finalmente llego al momento más importante, el más temido… El verano siguiente, tenía novia (por presión social, digamos) pero había conseguido encontrar un puesto de becario en el centro de I+D de Michelin, situado en Clermont-Ferrand, en el mismísimo centro de Francia. Una zona de montañas considerada (por los parisinos) como un lugar remoto hasta donde la civilización todavía no ha llegado. Una especie de Teruel gabacho. Pero la ciudad es bastante grande y yo tenía la firme intención de “probar vivir como gay asumido” allí. Y maricones habían. Encontré muchos gracias a los anuncios gratis de un periódico local (es que en esta época, yo no sabía nada del ambiente, ni siquiera sabía que existía un ambiente, y aún menos cómo hacer para ligar en vivo), y follé mucho, la verdad. Entre estos chicos, había uno que estaba, digamos, “interesado”, pero nunca se había acostado con un hombre aún y no se atrevía a dar el paso. Hablamos mucho él y yo. Como estaba bien bueno, por supuesto intentaba convencerlo de acostarse conmigo, pero le daba corte. Un poco después, el centro donde trabajaba cierro durante 2 semanas para las vacaciones de verano y volví a París. Allí muy pronto recibí una carta de aquel chico, diciendo que lo había pensado bien y que finalmente, cuando volviera a Clermont-Ferrand, quería acostarse conmigo (una declaración poco romántica, pero bueno…). Dos o tres días luego, volviendo de una vuelta con amigos, descubrí a mi madre llorando en mi habitación: llevaba la carta en la mano. ¡Había leído mi correo! Y ahora estaba berreando como una ternera, gritando que iba a tirarse por la ventana (el piso era en la novena planta), luego tirándose al suelo para gemir más a gusto. Pasado el primer choque le dije que tuviera un poco de dignidad, y que al mínimo se sentara en el sillón para llorar. Luego le dije que esto era lo que se merecía por haber leído mi correo. La dejé allí y llamé a mi mejor amigo, puse ropa en una bolsa, recogí la tienda de campo en un rincón y salimos los dos en mi coche para ir a pasar todo el resto de las “vacaciones” en la playa, en el sur de Francia, donde nos lo pasamos bomba, borrachísimos cada día. Cuando volví a París de paso antes de regresar a Clermont-Ferrand, el ambiente familiar era apestoso. Y sigo así durante un año, después que regresara al final de la beca, para el nuevo año universitario. Mis padres casi no me hablaban, o sólo para tratarme de degenerado, o sospecharme de las peores guarradas, exigiendo que justificara todo lo que hacía y donde estaba. Lo que no me impedía vivir mi vida. Lo dejé con mi novia, después de haberle expuesto toda la situación. Y tuve varios novios. Cuando el año universitario terminó, me pijé de casa para ir a vivir con mi novio del momento, sin decir a mis padres donde vivía ni dar noticias. Durante 3 meses. Luego volví a su casa, y la situación había milagrosamente mejorado. No era la paz pero teníamos una tregua que duró hasta que encontrara a Robin. Fue él que hizo que mis padres aceptaran la situación y cada vez más.

Ahora ya no tengo problemas con ellos por ser gay y adoran a Robin.

Fue muy desagradable mi salida del armario con mis padres, pero no tengo remordimientos. Fue una etapa necesaria para mí, para que me aceptara a mí mismo y que aprendiera a luchar para lo que soy. Sin esta fase, no me hubiera vuelto adulto, creo.

Y finalmente, un pequeño video para ilustrar la salida del armario. Muy conocido, pero siempre triunfa :-)


5 comentarios, opiniones, y cotilleo:

A 10/1/08 17:36 , Blogger DeCa dijo...

Me muero de risa con la expresion "berreando como una ternera". :)

Y acumular valor, no valencia. :))

Cualquier madre aceptaria la homosexualidad de un hijo viniendo con robin debajo del brazo!!! :)

Besitos, principes parisinos!

 
A 10/1/08 17:39 , Blogger Vinou dijo...

Jejeje, tal vez era más bien como una foca, ya no sé :-)

Gracias, ya he corregido el problema lexical ;-)

Besitos!

 
A 10/1/08 17:51 , Blogger Ro dijo...

Ains ^^. Si es que, cuando ves al nene feliz, todo cambia :).

Mi mejor amigo lleva 10 años sin saber de sus padres. Pero tanto da.

¡Ellos se lo pierden! ;)

:****

 
A 10/1/08 18:48 , Blogger Tony Tornado dijo...

Valencia=ciudad.
Valentía= Courage.

:P

Mi padre tendrá el honor que se lo diga a la cara. Mi madre estaba kinda rushed para saberlo y no aguantó más...

Con vosotros saldré del armario el 4 de mayo a partir de las 10h30 de la mañana. He dicho.

Bisous

 
A 11/1/08 09:23 , Blogger Vinou dijo...

Deduzco que los valencianos deben ser muy valientes! :p

El 4 de mayo? Para el día de mi santo?

Bisous!

 

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