martes, enero 29, 2008

Blue Balls

Esta historia la he contado esta mañana a un compañero, y si le ha hecho gracia, seguramente se merecerá un rincón en este blog.

En los años sesenta, mis abuelos vivían en una casa en el campo, cerca de una vía de trenes. Un casa con un corral grande, un poco como esta.


Mi abuelo criaba palomas mensajeras que participaban en varios concursos. ¿No conocéis los concursos de palomas? Los concursantes van con sus palomas a un punto determinado, bastante alejado de la zona en que viven todos, varios cientos de kilómetros a veces, y dejan volar a sus aves todos al mismo tiempo. Luego vuelven todos a su casa, y el ganador es él cuya paloma vuelve primera a casa.

Mis abuelos también criaban gallinas. Y tenían un perro, o más bien dicho una perra. Un pastor alemán que tenía una manía: no aguantaba los uniformes. Me han dicho que es algo bastante común en los perros, pero nunca nadie ha podido darme una explicación: a los perros no suelen gustarles los uniformes. Esta perra, que solía ser muy dulce y cariñosa, se ponía una furia cuando veía un uniforme.

Y como no había caserna de militares ni bomberos en el vecindario, el único uniforme que veía a veces era él del repartidor de correos, que en esta época seguía llevando uno. Y todos los repartidores de la zona, conociendo el perro, sabían que para entregar el correo a mis abuelos, había que quedarse fuera de la verja del corral, del otro lado del portal y llamar, hasta que mis abuelos salieran a recogerlo.

Pero un día vino un nuevo. Con su uniforme nuevo. Y no se le ocurrió a ninguno de sus compañeros explicarle lo del perro (o tal vez sí, pero tal ver era un gilipollas inaguantable, y sus compañeros querían darle una lección). Así que una mañana, el nuevo vino a entregar el correo. Mi abuelo se había ido a un concurso de palomas, y sólo se quedaba mi abuela en la cocina, preparando comida con mi madre y otros hermanos y hermanas suyos, todos pequeños en aquel entonces.

El repartidor abrió el portal y entró en el corral y se acercaba a la puerta de la casa cuando salió la perra enfurecida a toda hostia de donde moraba. Se abalanzó sobre él y le mordió entre las piernas, de hecho, ¡le mordió los cojones! El repartidor gritó y se desmayó.

Al oír el grito, mi abuela salió disparate, vio la situación, gritó a la perra que obedeció y se fue corriendo. Pero el pobre repartidor aún estaba desmayado. Mi abuela, con la ayuda de mi madre, tuvo que llevarlo hasta la casa, donde le quitaron los pantalones para descubrir la amplitud del desastre. Por suerte, el pobre no estaba demasiado herido pero tenía los huevos azules, y finalmente mi abuela, por falta de saber qué hacer, acabó dándole un masaje en los huevos con pomada de árnica, mientras esperaban que llegara el médico.

Cada año, cuando llama a la puerta el repartidor de correo para vender los calendarios del año nuevo, pienso en esta historia familiar, y a veces me digo que deberíamos tener un perro…

1 comentarios, opiniones, y cotilleo:

A 29/1/08 15:31 , Blogger Robin dijo...

A si es verdad en mi familia teniamos 3 pastores alemanes y es verdad que odiaban al repartidor de correos pero tambien a los policias y a los bomberos!
Bueno la verdad no me hubiera molestado cuidar los cojones de un bomberito si hubiese falta jajaja ;-p

 

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